En el 143 de la Beale Street, en pleno corazón del centro turístico de la ciudad de Memphis, en el estado de Tennessee, se sitúa el B.B. King’s Blues Club. Uno no puede evitar recorrer la pintoresca ciudad del sur de los EE.UU., que encarna uno de los sitios más emblemáticos de la enaltecida historia musical del país, y no terminar deambulando por la calle Beale, que a lo largo de sus casi 3 km. de extensión, con sus innumerables bares y boticas de recuerdos para turistas, es el punto obligado de visita para el turista ocasional. Memphis hace que estallen los sentidos. Por lo que un recorrido por la ciudad que uno pueda sugerir debería comenzar en los legendarios estudios de la Sun Records, para después de un tramo no muy extenso bajar hasta la calle Beale y toparse con los incandescentes neones que anuncian el punto estratégico donde se halla el club de B.B. que, fiel al estilo de los “clubes de música” americanos, entre tragos y aperitivos sureños, invita a pasar un buen momento disfrutando de alguno de los artistas que allí se presentan diariamente a lo largo de los siete días de la semana (que, claro, suele incluir a una eventual B.B. King’s All Stars Band en su marquesina), para luego abandonar el club y, tras unas pocas cuadras llegar al punto final de la calle, cuando Beale Street se encuentra con el río Mississippi, que marca el límite con el estado de Arkansas. El B.B. King’s Blues Club de Memphis abrió en 1991, pero su creciente convocatoria con el paso de los días logró que luego se le sumen sucursales en Nashville, Orlando y New York City. Desafortunadamente el señor King no tocó en ninguna de las noches en que estuve en Memphis en aquella oportunidad (cuando uno se deja llevar inocentemente por la ilusión que dice que el dueño de casa “tal vez aparezca en algún momento”), y no me quedó más opción que la de consolarme con el recuerdo de haberlo visto en Bs. As. 3 años antes, en 1991, en ocasión de su segunda visita a nuestro país.
Y fue precisamente durante otro viaje, unos años después, estando yo en la Gran Manzana, que aquella mañana, mientras hojeaba el periódico Village Voice, vi el anuncio del show de B.B. de esa misma noche en el Blue Note de New York. Corría enero de 1998 y el frío neoyorquino se hacía valer, pero nada en este planeta hubiera logrado que me pierda la posibilidad de asistir a un show del gran B.B. King en el íntimo y tradicional espacio de jazz neoyorquino. Si recuerdo hasta me acerqué al Blue Note a la media tarde, con la mera intención de adelantarme y sortear toda posibilidad de quedarme sin entradas. Una vez allí, alguien me permitió ingresar al club, cuando todo era sillas sobre las mesas, ruido de vajilla de fondo, y un empleado que le pasaba el trapo al piso del recinto. “Sé que esta noche toca B.B. King y vengo de lejos, me preocupa quedarme sin entrada”, le dije. El hombre del overol me miró con cara de “me parece que no está hablando con la persona indicada”, pero imagino cómo habrá sido mi gesto de desesperación que no dudó en soltarme un “por las dudas véngase temprano, seguro que consigue”, todo apenas no más de dos minutos antes que al salir descubra el cartel de “B.B. King, localidades agotadas” que, previamente inadvertido, me miraba socarronamente desde la boletería del lugar. Confieso mi furia instantánea y mi imperiosa necesidad de descargo ante el primer humano que se me cruce, pero al fin y al cabo el tipo del overol no tenía la culpa. Después de todo yo caí de sorpresa, y él estaba allí sólo para dejar en perfectas condiciones la sala donde algunos afortunados esa noche asistirían a un show, entiendo inolvidable y único, de uno de los artistas más importantes de la historia.
B.B. tenía un amor único y exclusivo, una tal Lucille, que era de piel tan negra como su amante, y que personalizaba el sueño de cualquier hombre: hablaba sólamente cuando su novio lo deseaba. Y entonces, cuando lo hacía, sólo decía cosas lindas. Algunas veces Lucille también contaba historias tristes. B.B. la llevaba a todas partes, por lo que Lucille conoció el mundo, durmió en los mejores hoteles, y fue alabada por todo el planeta. B.B. la había conocido en 1949, la noche en que tocaba en un salón de baile de la ciudad de Twist, estado de Arkansas. Cuenta la historia que tal era el frío que esa noche hacía dentro del lugar, que para calefaccionar el salón alguien tuvo la brillante idea de encender un barril con kerosene, combustible que casi terminó incendiando el recinto tras derramarse su flameante contenido por causa de una pelea de bar entre dos de los asistentes al show. Ambos público y músicos se vieron obligados a evacuar el club. Fue cuando, en plena efervescencia, B.B. se dio cuenta que había dejado su guitarra, por entonces una Gibson acústica, dentro del club. King decidió enfrentar las llamas y volver por su instrumento, y ambos terminaron ilesos para el final de la jornada. Al día siguiente, alguien le relató a King la historia detrás de la reyerta de la noche anterior: ambos hombres se habían peleado por una chica llamada Lucille. B.B. decidió llamar así a su primera guitarra, y también a todas las que tuvo a lo largo de su excelsa carrera. Si bien usó la Fender Telecaster en sus primeras grabaciones, King tocó guitarras Gibson por más de 40 años, pero fue recién a principios de los años ‘80 que la marca de guitarras decidió unir fuerzas con el artista y lanzar al mercado el modelo “BB. King Lucille”. Así, B.B. y Lucille hicieron el amor incansablemente, dejando un reguero de miles de vástagos a través de más de seis prolíficas décadas.
Las incesantes giras por el mundo y la inacabable saga de conciertos hicieron que King se gane el mote de “el guitarrista más trabajador del mundo del espectáculo” Con más de 65 años de intensa trayectoria, desde sus tempranas presentaciones en radio en 1941, hasta su último show en el House of Blues de Chicago en octubre del año pasado, King realizó cerca de 15.000 shows a lo largo y ancho del planeta, recorriendo más de 70 países. Y si el gran James Brown era considerado “el hombre más trabajador del show business”, entonces King, quien confirmadamente llegó a realizar 300 shows en un mismo año (número que, acosado por sus problemas de salud, últimamente no superaba los cien), bien acaso podría arrogarse el título de “el guitarrista que más giró” Su notable hiperactividad en la carretera, sin dejar de mencionar los más de 50 discos grabados, no permiten echar por tierra su merecida fama. “Desde el ’63 al ’66 nos matamos trabajando sin parar, no creo que hayamos tenido más de dos semanas libres”, declaró Keith Richards en una ocasión sobre los primeros años de los Rolling Stones. “Pero eso no es nada, quiero decir, coméntenselo a B.B. King y seguramente dirá que hizo lo mismo durante muchos más años”.
B.B. King llegó a Argentina por primera vez en 1980, ofreciendo dos conciertos, un primer show en el auditorio del hotel Bauen y otro presentándose como parte de el Buenos Aires Festival Jazz en el estadio de Obras Sanitarias. La anécdota es bien conocida. Fue en aquella visita inicial cuando Pappo (al que seguramente su etapa junto a Riff no le impidió olvidarse de la admiración que le profesaba), no tuvo mejor idea que presentarse ante King con una suculenta horma de queso autóctono a modo de obsequio, pero logró trabar mejor relación en su segunda visita, en diciembre de 1991, momento en que King decidió bautizarlo como “Mr. Cheese” Así, “Mr. Queso” tuvo el grandísimo honor de ser invitado a subir al escenario para sumarse a los bises del show de B.B. en el Luna Park, hecho que se repitió 2 años después durante un concierto que King ofrecía en el Madison Square Garden de New York City, con un Pappo enfundado en saco y pantalón negro y camisa al tono para la ocasión.
King volvería a Buenos Aires en 1998 para presentarse en el teatro Gran Rex, una penúltima visita antes de la cuarta y más reciente, nuevamente sobre las tablas del Luna Park, en marzo de 2010, aquella vez en que le dijo al público presente “Sí, tengo 84 años, pero no estoy muerto”
Inesperadamente, la primera visita de King a Buenos Aires de los ’90 dispararía un revival de la escena del blues local que se extendería través de los años, y en consecuencia el público local no sólo tendría la oportunidad de recibir de ahí en adelante a una larga lista de artistas del género cuyas llegadas eran, al menos hasta ese momento, impensables, sino además forjando la salida al ruedo de una buena cantidad de bandas y músicos autóctonos cultores del género. El creciente boom también lograría que muchos de los adeptos más jóvenes terminen creyendo, erróneamente, que el “Rey del Blues” era quien de alguna manera había sido el inventor del género, desconociendo los años que precedieron la carrera de King, o sus diversas ramas y procedencias. El hecho era tan descolocado como aquel rumor -tan infundado como tragicómico- que permitía que algunos pensaran que B.B. provenía de la misma dinastía de otros músicos de blues con el mismo apellido (Freddie King, Albert King, etc.), pero esa es otra historia.
Desde aquel día en que su madre dio a luz en la cabaña que la familia habitaba, dentro de una plantación de algodón en Itta Bena, estado de Mississippi, un 16 de septiembre de 1925, Riley Ben King (o Riley B. King) el pequeño príncipe jamás podría haber imaginado que llegaría a convertirse en el más afamado de los embajadores del blues que el mundo podría llegar a conocer alguna vez. Ni siquiera una vez adentrado en el terreno de los sonidos, en aquellos primeros tiempos en que el cantante y disc-jockey se hacía llamar “Beale Street Blues Boy” (más tarde acortado a “Blues Boy”, y finalmente al definitivo B.B), poco después de abandonar la prehistoria de lo que luego se convertiría en una trayectoria brillante.
Entre 1951 y 1972 King no tuvo menos de 75 éxitos en los rankings a través de los años y, aún cuando resultó ser uno de los dos hijos predilectos que provinieron de la escena de Memphis (título que eventualmente debió compartir con un segundo “King” llamado Elvis Presley), B.B. no dudó en apartarse del blues puro (una veta limpia del estilo, suave y pulida, cálida y sensible) cuando su mente abierta a otros géneros también lo llevó a adentrarse en el R&B, el soul, el jazz, y hasta el funk. King no estaba solo. Supo acompañarse de excelentes músicos que componían sus bandas, pero sobre todo del seductor sonido del vibrato de su guitarra Lucille, el más distintivo de su obra. Canciones como ‘The Thrill Is Gone’, ‘Don’t Answer the Door’, ‘How Blue Can You Get?’, ‘Paying the Cost to Be the Boss’, ‘To Know You Is to Love You”, ‘Chains and Things’ o ‘Why I Sing the Blues’, entre tantas otras, resultan la mayor prueba de ello, en su carácter como influencia indiscutible en prácticamente todos y cada uno de los músicos de blues, soul y rock de las últimas décadas, de los cuales muchos jamás dieron un “no” ante la oferta de poder tocar o grabar con “el Rey”. Del mismo modo, con discos en estudio definitivos como ‘King of the Blues’ o ‘Completely Well’, o álbumes en vivo como los celebradísimos ‘Live at the Regal’ o ‘Live in Cook County Jail’, King desarrolló un estilo completamente innovador en lo que al blues más esencial se refiere.
La muerte de B.B. King el pasado jueves 14 de mayo en Las Vegas, a los 89 años de edad y tras una aguerrida lucha contra la diabetes, priva al mundo del blues de su músico más influyente, y de su representación simbólica contemporánea más resonante.
Las incesantes giras por el mundo y la inacabable saga de conciertos hicieron que King se gane el mote de “el guitarrista más trabajador del mundo del espectáculo” Con más de 65 años de intensa trayectoria, desde sus tempranas presentaciones en radio en 1941, hasta su último show en el House of Blues de Chicago en octubre del año pasado, King realizó cerca de 15.000 shows a lo largo y ancho del planeta, recorriendo más de 70 países. Y si el gran James Brown era considerado “el hombre más trabajador del show business”, entonces King, quien confirmadamente llegó a realizar 300 shows en un mismo año (número que, acosado por sus problemas de salud, últimamente no superaba los cien), bien acaso podría arrogarse el título de “el guitarrista que más giró” Su notable hiperactividad en la carretera, sin dejar de mencionar los más de 50 discos grabados, no permiten echar por tierra su merecida fama. “Desde el ’63 al ’66 nos matamos trabajando sin parar, no creo que hayamos tenido más de dos semanas libres”, declaró Keith Richards en una ocasión sobre los primeros años de los Rolling Stones. “Pero eso no es nada, quiero decir, coméntenselo a B.B. King y seguramente dirá que hizo lo mismo durante muchos más años”.
B.B. King llegó a Argentina por primera vez en 1980, ofreciendo dos conciertos, un primer show en el auditorio del hotel Bauen y otro presentándose como parte de el Buenos Aires Festival Jazz en el estadio de Obras Sanitarias. La anécdota es bien conocida. Fue en aquella visita inicial cuando Pappo (al que seguramente su etapa junto a Riff no le impidió olvidarse de la admiración que le profesaba), no tuvo mejor idea que presentarse ante King con una suculenta horma de queso autóctono a modo de obsequio, pero logró trabar mejor relación en su segunda visita, en diciembre de 1991, momento en que King decidió bautizarlo como “Mr. Cheese” Así, “Mr. Queso” tuvo el grandísimo honor de ser invitado a subir al escenario para sumarse a los bises del show de B.B. en el Luna Park, hecho que se repitió 2 años después durante un concierto que King ofrecía en el Madison Square Garden de New York City, con un Pappo enfundado en saco y pantalón negro y camisa al tono para la ocasión.
King volvería a Buenos Aires en 1998 para presentarse en el teatro Gran Rex, una penúltima visita antes de la cuarta y más reciente, nuevamente sobre las tablas del Luna Park, en marzo de 2010, aquella vez en que le dijo al público presente “Sí, tengo 84 años, pero no estoy muerto”
Inesperadamente, la primera visita de King a Buenos Aires de los ’90 dispararía un revival de la escena del blues local que se extendería través de los años, y en consecuencia el público local no sólo tendría la oportunidad de recibir de ahí en adelante a una larga lista de artistas del género cuyas llegadas eran, al menos hasta ese momento, impensables, sino además forjando la salida al ruedo de una buena cantidad de bandas y músicos autóctonos cultores del género. El creciente boom también lograría que muchos de los adeptos más jóvenes terminen creyendo, erróneamente, que el “Rey del Blues” era quien de alguna manera había sido el inventor del género, desconociendo los años que precedieron la carrera de King, o sus diversas ramas y procedencias. El hecho era tan descolocado como aquel rumor -tan infundado como tragicómico- que permitía que algunos pensaran que B.B. provenía de la misma dinastía de otros músicos de blues con el mismo apellido (Freddie King, Albert King, etc.), pero esa es otra historia.
Desde aquel día en que su madre dio a luz en la cabaña que la familia habitaba, dentro de una plantación de algodón en Itta Bena, estado de Mississippi, un 16 de septiembre de 1925, Riley Ben King (o Riley B. King) el pequeño príncipe jamás podría haber imaginado que llegaría a convertirse en el más afamado de los embajadores del blues que el mundo podría llegar a conocer alguna vez. Ni siquiera una vez adentrado en el terreno de los sonidos, en aquellos primeros tiempos en que el cantante y disc-jockey se hacía llamar “Beale Street Blues Boy” (más tarde acortado a “Blues Boy”, y finalmente al definitivo B.B), poco después de abandonar la prehistoria de lo que luego se convertiría en una trayectoria brillante.
Entre 1951 y 1972 King no tuvo menos de 75 éxitos en los rankings a través de los años y, aún cuando resultó ser uno de los dos hijos predilectos que provinieron de la escena de Memphis (título que eventualmente debió compartir con un segundo “King” llamado Elvis Presley), B.B. no dudó en apartarse del blues puro (una veta limpia del estilo, suave y pulida, cálida y sensible) cuando su mente abierta a otros géneros también lo llevó a adentrarse en el R&B, el soul, el jazz, y hasta el funk. King no estaba solo. Supo acompañarse de excelentes músicos que componían sus bandas, pero sobre todo del seductor sonido del vibrato de su guitarra Lucille, el más distintivo de su obra. Canciones como ‘The Thrill Is Gone’, ‘Don’t Answer the Door’, ‘How Blue Can You Get?’, ‘Paying the Cost to Be the Boss’, ‘To Know You Is to Love You”, ‘Chains and Things’ o ‘Why I Sing the Blues’, entre tantas otras, resultan la mayor prueba de ello, en su carácter como influencia indiscutible en prácticamente todos y cada uno de los músicos de blues, soul y rock de las últimas décadas, de los cuales muchos jamás dieron un “no” ante la oferta de poder tocar o grabar con “el Rey”. Del mismo modo, con discos en estudio definitivos como ‘King of the Blues’ o ‘Completely Well’, o álbumes en vivo como los celebradísimos ‘Live at the Regal’ o ‘Live in Cook County Jail’, King desarrolló un estilo completamente innovador en lo que al blues más esencial se refiere.
La muerte de B.B. King el pasado jueves 14 de mayo en Las Vegas, a los 89 años de edad y tras una aguerrida lucha contra la diabetes, priva al mundo del blues de su músico más influyente, y de su representación simbólica contemporánea más resonante.
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