Si la tradición que reza que las canciones triunfantes generan enormes cantidades de dinero se cumpliera al pie de la letra, si desde el vamos auspiciara un futuro rico y promisorio, entonces la historia de Richard Berry, el autor de la canción ‘Louie, Louie’, a quien el destino le jugó una maniática pasada, deliberadamente podría desafiar la regla, y sin titubeo alguno. En otras palabras, el de componer una de las canciones más exitosas de todos los tiempos, para luego presenciar desde lejos como otros se llevaban los laureles. Y sus tremendos dividendos. Remontándose algo más atrás, los primeros pasos artísticos de Berry datan de los días de The Flairs, una agrupación de doo-wop de Los Angeles de inicios de la década del ’50 que, si bien sus miembros no habían logrado apuntalar ninguna de sus composiciones en los rankings de aquellos años, en determinado momento tuvieron la suerte de cruzarse a la insigne dupla de compositores y productores Jerry Leiber y Mike Stoller. Si bien para 1954 Berry ya se había embarcado en una carrera en solitario junto a su nueva banda The Pharaohs, al mismo tiempo en que escribía para otros artistas, Leiber y Stoller le ofrecieron sumar su voz a la grabación de la canción ‘Riot in Cell Block #9’ de The Robins (los que más tarde se convertirían en los celebrados The Coasters), y algo después en la triunfante ‘The Wallflower (Dance With Me, Henry)’ de la cantante de blues Etta James (de hecho, el primer gran éxito de ésta) Así, Berry comenzó a abrir shows para los chicanos Rick Rillera and the Rhythm Rockers en las noches en que el cuasi ignoto combo se presentaba en la ciudad de Anaheim, en California, lo que lo hizo interesarse por una de las canciones de la agrupación llamada ‘El Loco Cha Cha’ (de la autoría de René Touzet), con la cual Berry solía maravillarse mientras los escuchaba tocarla desde el camarín del lugar domingo tras domingo. Su fascinación por la canción, de claro ritmo latino, lo llevó paulatinamente a inspirarse para componer lo que más tarde se convertiría en uno de los sucesos más grandes de la historia discográfica del siglo pasado. Acto seguido Berry pergeñó ‘Louie, Louie’ sin más recursos que la de la tonada de los Rhythm Rockers que lo tenía encandilado, y el de un pedazo de papel higiénico que rescató del baño del lugar para escribir las primeras estrofas de la canción, asegurándose que música y letra no abandonen su cabeza. En realidad el autor utilizó las notas de ‘El Loco Cha Cha’ para componer únicamente el riff principal de su obra prima (si bien las primeras notas de ‘Louie, Louie’ resultan curiosamente bastante similares a las de la canción de los chicanos), a su vez sumando un abanico de influencias que iban desde Nat King Cole y su ‘Calypso Blues’, y ‘Havana Moon’ de Chuck Berry (el otro Berry, con el cual, dicho sea de paso, no guardaba ningún tipo de parentesco, y que también mezclaba ritmos de calipso con rhythm and blues), lo que terminó convirtiendo a ‘Louie, Louie’ en una suerte de balada de tipo jamaiquina. Para la letra, por su parte, Richard Berry se inspiró en ‘One for My Baby (And One More for the Road)’ del compositor americano Johnny Mercer, que también hablaba de un joven que le contaba sus historias con las chicas a un barman que lo escuchaba pacientemente.
A la hora de su lanzamiento comercial, ‘Louie, Louie’ apareció en la cara B del simple de You Are My Sunshine. Originalmente Berry supuso que ésta iba a ser la que iba a lograr difusión, pero el suceso que obtuvó ‘Louie, Louie’, esencialmente gracias a la ayuda de un DJ de Los Angeles que no dejaba de hacerla rotar, superó sus propias expectativas, llegando a convertirse en la canción favorita de la movida de bandas de garage rock (o “rock de garaje”, aquel termino que refiere a ciertos grupos que solían ensayar en los garajes de sus casas, sobre todo los de la costa oeste de los Estados Unidos), pero más que nada en la canción que más amaban los Kingsmen, que provenían de Portland, estado de Oregon. Enloquecidos por su melodía tras escuchar la versión registrada por un tal Rockin’ Robin Roberts (tanto como cierta vez lo había estado Berry por aquella de Rick Rillera and the Rhythm Rockers), los Kingsmen no perdieron tiempo y salieron a grabarla, para finalmente editarla en el mes de agosto de 1963. Probablemente lo que los Kingsmen desconocían era que con el lanzamiento del single estaban escribiendo una de las páginas más llamativas de la historia del rock and roll, más exactamente desde el momento en que su versión de ‘Louie, Louie’ alcanzó el segundo puesto de las listas de ventas de discos pop en la revista Billboard, donde además permanecería por seis semanas seguidas. Tristemente, para entonces Berry había perdido toda soberanía sobre los derechos de publicación, tras haberlos vendido en 1959 al sello Flip Records a cambio de 750 dólares, lo cual hoy podría parecer una suma insignificante, pero que en aquel momento no estuvo nada mal para un artista que pujaba por convertirse en un “creador de hits”, y que vislumbraba que su carrera apuntaba a la nada misma. Asimismo Berry se encontraba en planes de contraer matrimonio, por lo que la suma no le vino nada mal al autor, dada la coyuntura. Pero indudablemente mucho menos que lo que, en rigor, se estaba perdiendo, desde el instante en que la versión de los Kingsmen, con sus características tan singulares de sonido, alcanzó una repercusión tremenda, la misma que ni él, ni el sello grabador, podrían haber imaginado alguna vez. Eventualmente, a la hora registrar lo que más tarde se convertiría en su tema insignia, los Kingsmen optaron por dejar atrás el sonido dulzón de la toma original del autor, para reemplazarlo con un estilo de pista vocal muy diferente, y con una letra prácticamente imposible de descifrar, todo gracias a la voz de Joe Ely, el cantante de la banda, cuyo micrófono en el estudio, durante aquella jornada de grabación, estuvo colgado del techo de la sala, por lo que no le quedó más remedio que ponerse en puntas de pie mientras se esmeraba en vocalizar, elevando su tono un poco más arriba de lo que acostumbraba, para así evitar que lo tape el sonido del resto de los instrumentos. “Más que cantar, grité”, declararía Ely al respecto. Y por si todo esto fuera poco, el vocalista de los Kingsmen además venía de pasar por una sesión de ortodoncia, que lo obligó a grabar la canción con aparatos entre sus dientes.
La controversia sobre ‘Louie, Louie’ también acabaría involucrando al mismísimo FBI, cuyas autoridades, con el mero objetivo de descifrar lo que Ely cantaba, llegaron a designar un equipo especial de oficiales ordenados a pasar largas horas escuchando la canción, lo que finalmente los llevó a decidir que resultaba “incomprensible a cualquier velocidad en que se la escuche”, y sin dejar de tildarla de “indecente”. Para colmo de todos los males, Berry, ya alejado de su composición, desconocía por completo que los Kingsmen la habían registrado, escuchándola por primera vez recién a los tres meses de su lanzamiento, e incluso teniendo que lidiar con la injusta tarea de soportar a diario a la gente que se le acercaba para comentarle que la letra de su canción era “absolutamente incomprensible”. Así y todo nada impidió que ‘Louie, Louie’ se transformara en uno de los hitsmás duraderos de la historia del rock, principalmente a partir de 1978, cuando formó parte de la comedia ‘Animal House’ (protagonizada por el inolvidable John Belushi), y terminando por aparecer en decenas de bandas de sonido y recopilaciones varias, sin dejar de mencionar las de alrededor de 2.000 versiones de la canción grabadas por una larguísima lista de intérpretes que incluyó, sólo por nombrar a las más recordadas, a las de Paul Revere & The Raiders, Otis Redding, Iggy Pop, The Kinks, Ike & Tina Turner, The Clash, Toots & Maytals, The Beach Boys, The Byrds, Motörhead, Joan Jett, Stanley Clarke and George Duke, The Cramps, The Cult, Sisters of Mercy, Barry White, Dave Matthews Band , Johnny Winter, Ace Frehley y hasta David McCallum (¡sí, el de ‘El Agente de C.I.P.O.L.¡).
Semejante e injusto giro del destino acabó llevando al pobre de Richard Berry al más oscuro de los ostracismos, refugiándose en la casa de su madre en el barrio South Central de Los Angeles, precisamente no lo que se dice uno de las áreas más seguras de la ciudad californiana. Y fue el mismo destino que, un puñado de años más tarde, realizaría un giro de 180 grados y llevaría a California Coolers, una legendaria firma de bebidas que quiso utilizar ‘Louie, Louie’ para un comercial de TV, a descubrir que no podían hacerlo sin la autorización previa del autor de la canción, por lo que uno de los abogados representantes de la firma tuvo que localizar al olvidado Berry, y ante la eventual posibilidad de que le inicie acciones a la marca en caso de utilizarla sin permiso, California Coolers no tuvo más remedio que acabar pagando por su uso, lo que sumado a la investigación de la Sociedad de Derechos de los Artistas de los EE.UU. (que determinó que el autor había sido privado ilegalmente de millones de dólares en regalías tras el correr de los años), terminó convirtiendo a Berry instantáneamente en millonario, y así sacarlo del letargo del sofá del triste living de la casa de su madre en el cual había estado hundido, para reencontrarse con su amada ‘Louie, Louie’, y disfrutar de las mieles de su consagrado éxito.
Semejante e injusto giro del destino acabó llevando al pobre de Richard Berry al más oscuro de los ostracismos, refugiándose en la casa de su madre en el barrio South Central de Los Angeles, precisamente no lo que se dice uno de las áreas más seguras de la ciudad californiana. Y fue el mismo destino que, un puñado de años más tarde, realizaría un giro de 180 grados y llevaría a California Coolers, una legendaria firma de bebidas que quiso utilizar ‘Louie, Louie’ para un comercial de TV, a descubrir que no podían hacerlo sin la autorización previa del autor de la canción, por lo que uno de los abogados representantes de la firma tuvo que localizar al olvidado Berry, y ante la eventual posibilidad de que le inicie acciones a la marca en caso de utilizarla sin permiso, California Coolers no tuvo más remedio que acabar pagando por su uso, lo que sumado a la investigación de la Sociedad de Derechos de los Artistas de los EE.UU. (que determinó que el autor había sido privado ilegalmente de millones de dólares en regalías tras el correr de los años), terminó convirtiendo a Berry instantáneamente en millonario, y así sacarlo del letargo del sofá del triste living de la casa de su madre en el cual había estado hundido, para reencontrarse con su amada ‘Louie, Louie’, y disfrutar de las mieles de su consagrado éxito.
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