Publicado en Revista Madhouse el 2 de junio de 2017
Se trataba del más grande disco de rock alguna vez grabado, a cargo de un supergrupo que congregaba a una buena parte de los hijos pródigos más prominentes del estilo, o bien a los más predilectos de la era. Un conglomerado de estrellas inigualable e insuperable. En algún momento de 1969 John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Mick Jagger y Bob Dylan se reunían en privado dispuestos a plasmar la perla de las perlas, registrando “The Masked Marauders” (algo así como “Los Bandidos Enmascarados”), el álbum ultra-secreto que tejían en conjunto.
El mayor proyecto alguna vez imaginado, la superbanda definitiva, desde aquel momento y hasta la eternidad. Galardón que seguramente seguiría ostentando hoy día, si tan sólo hubiera sido verdad y no un rumor infundado vestido de broma de mal gusto. “Álbum del año”, tal como fuera etiquetado en las críticas de varias publicaciones de la época, las mismas que desconocían por completo el enorme sapo que estaban a punto de tragarse, “The Masked Marauders” no podría haberse editado en mejor coyuntura artística. Los Beatles ya habían lanzado “Abbey Road”, Jagger se disponía a editar “Let It Bleed” junto a los Stones, y Dylan volvía nuevamente al ruedo de la mano de “Nashville Skyline”. Corrían tiempos de gloria. Los rumores indicaban que los cinco músicos habían estado reunidos reservadamente en un ignoto pueblo canadiense, cercano a la bahía de Hudson, donde grabaron las canciones que, entre versiones de clásicos y nuevas composiciones especialmente escritas para el futuro berretín (¡y con semejantes autores!), llevarían al concepto de “supergrupo”, tendenciosa idea que había comenzado a florecer a mediados de la década del 60, a su punto más alto. Claro está, de haber sido real…

El disco abría con una versión de 18 minutos de “Season Of The Witch”, el clásico de Donovan, con Dylan en primera voz, e imitando cabalmente al autor original de la canción, seguida por Lennon a cargo de “Prisoner Of Love”, tema que cierta vez popularizaron, en sus versiones respectivas, Etta James, James Brown, Bo Diddley o Perry Como; luego Jagger y McCartney a dúo en “Masters Of War” (de Dylan), Lennon en primera voz en “The Book Of Love”, y todo culminaba con un grand finale titulado “Oh Happy Day”. Una segunda versión del álbum (las hubo en distintas variantes, y con diversos listados de temas) agregaba, o combinaba, demás rarezas como Lennon en “I’m The Japanaise Sandman”, McCartney en su canción favorita “Mammy”, Dylan en el clásico de doo-wop “Duke Of Earl” y Jagger en “I Can’t Get No Nookie”, la cual el cantante de los Stones había considerado “un nuevo clásico instantáneo”, según lo apuntado por Christian en Rolling Stone. El crítico cerraba su columna afirmando que el disco “es más que una forma de vida, ¡es la vida misma!”


CON UNA PEQUEÑA AYUDITA DE MIS AMIGOS (CONTRATADOS). Con un plan fríamente calculado, Marcus ya contaba en sus filas con el grupete de impostores que lo secundaban en su tragicómica coartada cuando tiempo antes se dirigió a California y, en la ciudad de Berkeley, contrató a un desconocido grupo que respondía al nombre de Cleanliness And Godliness Skiffle Band por la nada despreciable suma de 15.000 dólares, suma que había obtenido de la mismísima discográfica Warner Bros, que hasta había creado el sello subsidiario Deity para sumarse al ardid, y pura y exclusivamente para la ocasión. Para colmo los músicos de la Cleanliness and Godliness Skiffle Band (“Banda de Skiffle de la Higiene y Santidad”, je) resultaron ser unos expertos totales a la hora de imitar a la supuesta formación, tanto en lo musical como en la parte vocal. Y listo: el plan maléfico de Marcus había logrado su cometido. De hecho el disco había logrado excelentes ventas, permaneciendo en el ranking de la revista Billboard por más de doce semanas. Tal como si realmente hubiera sido procreado por sus hipotéticos maestros. Un grupo falso, con nombres falsos, sustentado por una crítica falsa, pero de auténtico éxito. ¡Bingo!
BAILANDO EN LA SOCIEDAD RURAL. No conformes con tremenda patraña (incluso casi superando aquel recordado murmullo sobre la muerte de McCartney que aún continuaba vigente tras la fresca edición de “Abbey Road”) , Marcus y sus secuaces fueron aún más lejos, reproduciendo la crítica publicada en Rolling Stone en la funda interior del álbum, a su vez potenciada por nuevos comentarios del amigo Christian (Marcus, claro) que definían a los Masked Marauders como “un artículo genuino en un mundo de farsantes, ¡bendíganse sus corazones!”. Pero no existía ningún Dylan imitando a Donovan, ni nada que se le parezca, ni había ningún Beatle, ni era Mick Jagger quien cantaba en “I Can’t Get No Nookie” (¿sinceramente podría haber tenido algún viso de realidad una canción titulada “No puedo echarme un polvo”?), a pesar de su magnífica y tan bien lograda parodia. Paradójicamente, y en un rapto de honestidad, el disco cerraba con una última pista (en rigor, un monólogo) bajo el nombre de “Saturday Night At The Cow Palace”. Un chasco más. No podía ser de otra forma con un título que refería a una jornada de sábado a la noche en el equivalente a la Rural californiana. 34 años más tarde, en 2003, la compañía Rhino Records ofrecía una edición limitada de 2000 copias numeradas bajo el nombre de “The Masked Marauders – The Complete Deity Recordings”, que hasta incluía canciones extras de las misteriosas sesiones.
Al menos para los Masked Marauders, y su círculo de engañados, cualquier semejanza con la realidad resultó ser pura mentira.
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