En diciembre de 1969, poco antes de culminar la gira que se encontraban realizando por los Estados Unidos, los Rolling Stones se vieron obligados a organizar una movida forzada. Bombardeados por una serie de medios que consideraron que los precios de las entradas para los shows habían sido por demás altos, Jagger y Cía. decidieron nivelar las críticas proponiendo un concierto gratuito. Encontrar un lugar para realizarlo nos les fue fácil, pero tras una serie de posibles sitios barajados terminaron optando por el autódromo de Altamont, 50 km. al este de la ciudad de San Francisco, en el estado de California.
Poner en marcha la seguridad de lo que prometía ser un evento que podía llegar a romper todos los niveles de audiencia conocidos hasta el momento tampoco les resultó sencillo, por lo que el grupo terminó aprobando la sugerencia de las bandas locales Grateful Dead y Jefferson Airplane: consentir que los Hells Angels se encarguen de la tarea. Ni Jagger ni su círculo íntimo estaban muy seguros de aceptar la ayuda de manos de la pandilla de motociclistas sin ley que solía aterrorizar al país, un rol obtenido a costa de la imposición de la fuerza bruta y la impunidad sin límites. El resultado fue catástrófico. El número de asistentes superó la cifra esperada y, con sus muertos y sus víctimas de toda índole, el evento terminó cerrando una era de paz y amor poco antes establecida por el legendario festival de Woodstock, finalmente arruinada por un marco de violencia descontrolada. Los Stones terminaron libres de cargo y culpa cuando el dedo acusador fue puesto principalmente sobre el integrante de los temibles Angels que acuchilló en vivo y en directo a uno de los miembros del público, y con el paso del tiempo Altamont acabó adquiriendo entidad propia a la hora de buscar un nombre para referirse a cualquier tipo de evento de espectáculos caracterizados por la tragedia.
Ezequiel Galli, el intendente que autorizó el evento: un hombre con poca visión |
Los medios televisivos ejercitaron a full el poder de la retrospectiva, debatiendo inútilmente qué debió haberse hecho, cómo, cuándo y donde para evitar el desastre |
La precariedad, una constante en los espectáculos populares en Argentina desde la noche de los tiempos. |
Un análisis de lo ocurrido resulta en una de las tareas más simples a las que uno pueda someterse. Se trata de tomar un lápiz imaginario y trazar la línea que divide lo evitable y lo inevitable, para así poder establecer que nada de lo acontecido podría haber tenido lugar de haberse hecho las cosas tal como corresponde. A menos de 13 años de la tragedia más insigne de la historia de los espectáculos locales, pareciera ser que ni siquiera el antecedente de Cromañón de aquel 30 de diciembre de 2004 haya dejado lección alguna aprendida, tornándose en cambio una anécdota que fue perdiendo el sabor original de aquella cadena de irresponsabilidades que ahora volvió a hacerse presente, tanto en su logística como en su parte más rutilante: la de su seguridad.
El picnic de los medios tuvo todo tipo de invitados y declarantes, desde los asistentes al show pasando por autoridades de la zona y personajes vinculados al rock y su organización. |
Un cálculo a grosso modo permite deducir que, tras multiplicar el valor original de cada una las entradas por el número de asistentes (sin contar los casos folklóricos de reventa, de esos que las productoras suelen combatir al mismo tiempo que son parte de ella), la cifra estimada de recaudación podría acercarse a los 160 millones de pesos. En rigor, el equivalente a más de 10 millones de dólares según la paridad de la moneda al día de la fecha, y perfectamente a la altura de un espectáculo de un artista internacional con todas las garantías posibles. Monto que probablemente podría haber resultado algo menor si el Sr. Solari y la productora contratada hubieran organizado mínimamente dos o tres fechas para albergar a la misma audiencia, y de paso garantizar su integridad como la ley manda. Más que seguro alguna calculadora maldita indicó que era mejor generar gastos de producción por una única vez, sin tener en cuenta los riesgos que eso acarreaba, o bien dejándolos pasar por alto basándose en que en recitales anteriores (que si bien no fueron tan masivos tampoco dejaron de ser inmensos) no se habían registrado casos de víctimas fatales. Porque, ¿para qué mejor prevenir que curar si la sangre no llegó al río, no? Pero, se sabe, la ambición desmedida carece de códigos. Cualquiera sea el caso, semejante recaudación se hubiera mostrado más que suficiente para respaldar todo tipo de tarifas que el bendito recital podía generar.
La gente enfervorizada y un pedido desesperado de orden que resultó infructuoso |
Los testigos apuntaron a todos: los organizadores, la municipalidad local, el gobierno nacional, incluso la concurrencia misma |
Los medios no perdieron ocasión de patear al caído, recordando antecedentes de hechos trágicos en sus recitales |
Olavarría en las redes: en Facebook se armó un grupo para poder encontrar a las personas extraviadas |
Y quizás sea entonces ahora, después de cierto rol artístico algo forzado, que tales estándares y propuestas terminen generando una coyuntura como la que vivimos tras un show que prometía placer, y que en su lugar acabó escribiendo una página negra difícil de arrancar del libro de las tragedias nacionales a las que estamos tan patéticamente acostumbrados, potenciadas para el caso con dosis altas de delirio místico, culto a la personalidad, fanatismo sin límites y demás imágenes que conforman una misa de un culto improbable, en el cual Solari se erige vaya a saber uno en qué condición de liderazgo. Y una ambición desmedida de cada una de las partes que guionaron este tristísimo capítulo, por donde se lo mire. Cualquiera fuera el caso, resulta una sensación muy peculiar que un fundamentalista del aire acondicionado salga a cantar para aquellos “desangelados” a los que tantas veces se refirió, y a los que ni siquiera les debe quedar un ventilador de la abuela invirtiendo lo que lograron juntar para hacer culto de un Sr. que llora en solitario por sus pesares y que sugiere que “el lujo es vulgaridad” mientras se acerca a su púlpito sagrado a bordo de un avión privado.
El show del Indio en Olavarría deberá ser recordado como el concierto que terminó en desconcierto, o la misa que acabó en sacrificio… Mientras tanto, se ve que a cada uno de los eslabones que optaron por no prestarle atención a algo que olía mal desde el vamos, eso de “Cuanto más alto trepa el monito, el culo más se le ve” les sienta de perillas.
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